23.2.11

Me excuso

... si sueno un poco fanático en estas entradas. Es que Las Islas genera ese tipo de adhesiones.

Penelas

La manera en que Diego Penelas (y honorable compañía, claro: Holz, Quirós, Zabala y Zuccarelli -en estricto orden alfabético, ¿cómo si no ordenar tanto talento?) va hilvanando los sonidos y la música de Las Islas da testimonio de una manera única de entender el teatro. Diego Penelas se enfrenta al desafío de construir una obra que intenta medir fuerzas con el texto. Y la batalla es imperdible. Todos salimos ganando.

Una máquina teatral

Descubrir en cada uno de los ensayos que lo que tenemos entre manos ha dejado de ser -hace tiempo- "una versión de una novela hecha por el propio novelista" para convertirse en una poderosa máquina teatral. La obra que Carlos Gamerro escribe día a día en los ensayos (y que supo partir de una afinadísima primer versión) tiene hoy (a poco de haber iniciado la cuarta semana de ensayos) una potencia arrasadora: esta obra que hoy ensayamos con enorme felicidad está atravesada por los cuerpos de todo el elenco y el trabajo diario de los músicos, asistentes y demás colaboradores. No es una fórmula de cortesía. No es un panegírico. No es autobombo. (Quien así lo lea, que lo lea así - je.) Se trata de una experiencia única para mí. Nunca dirigí algo antes con más convicción que esta vez. Lo que tenemos entre manos es un material radioactivo. Y estamos, todos, abocados a la extraordinaria tarea de entregar eso al público. Vayan reservando las entradas.

16.2.11

Respuesta del autor a la carta de Horacio Banega

La carta publicada aquí. 


Buenos Aires, Febrero 2011


Estimado Horacio:
Leyendo tu carta vuelvo a comprobar algo que por sabido nunca dejo de asombrarme: que mis lectores son mucho más inteligentes que yo, y por todos lados ven cosas que nunca se me habían ocurrido, y que sin embargo están ahí. Le di a Felipe Félix los Principia Mathematica de Russell y Whitehead  para leer en la colimba, porque coincido con Aira (el Aira de Copi) en que un autor tiene el deber de ocuparse de los personajes, darles de comer, beber y leer, aun cuando eso no sea funcional a la trama o al relato; y someter a un tipo como Félix a la colimba sin darle un buen libro es como el peor de los descuidos (yo mismo me llevé el Tristram Shandy de Laurence Sterne, en la edición de Penguin, que entraba perfecto – como si lo hubiera medido antes – en el bolsillo de mi chaqueta militar. Lamentablemente – para la lectura de Sterne – mi colimba duró solo una semana y nunca pude terminarlo – seguirlo después me pareció como impertinente o impío). Lo que nunca se me había ocurrido – para volver a una ilustración que se me perdió por el camino – es relacionarlo con la cuestión del conocimiento y la axiomática: Wittgenstein y – éste lo agrego yo – Gödel, que se esconde tras la paradoja del ahorcado que Felipe le propone al nerd de la SIDE y a Verraco. Todo eso está ahí, pero para mí cada cosa surgió en relación con la situación inmediata, no haciendo sistema (cuando uno escribe una novela, a diferencia de cuando escribe un libro de ensayos, está menos pendiente del Google Earth que del cordón del zapato.)   
Algo parecido aparece en la relación con Faulkner. Te soy sincero, no pensé ni una vez en Faulkner mientras escribía Las Islas; mientras que, por ejemplo, no dejé de pensar en él mientras escribía El secreto y las voces. Pero tenés razón, no era un pensamiento ausente, sino negado; y ya sabemos cómo lo negado se cuela por todas partes. Para mí, la de Faulkner, traducida, es la fórmula del boom: regionalismo + vanguardia, de la cual era cuestión de vida o muerte alejarme. La literatura argentina, o quizás más acotadamente la de Buenos Aires, es mejor lectora de Joyce que de Faulkner; y ya sea en una vertiente expresionista (Arlt) o fantástica (Borges, Bioy, Cortázar) decididamente urbana. Nuestro campo, por influjo de la gauchesca, es realista: lo fantástico ocurre en las ciudades. Tampoco era la mía la ciudad de la inmigración y el tango, la de los paseos por Palermo, esa Buenos Aires con nostalgia de ser Montevideo, sino la de la modernización esquizofrénica del menemismo, con su Puerto Madero bajado en OVNI de Miami (y que yo construí antes que ellos) y su Florida entre la Saigón de Apocalypse Now y el Los Ángeles de Blade Runner. ¿Y para eso, qué mejor modelo que Burroughs? Y como me tocaba escribir una novela tecnológica en un país sin tradición tecnológica (real o literaria), una novela de guerra en un país sin guerras y por lo tanto sin literatura bélica propia, podía elegir cualquier cosa (sí, como Felipe de sus catálogos). ¿Qué mejor, entonces, que El arcoiris de gravedad de Thomas Pynchon? (acompañada por Dispatches de Michael Herr y La piel de Curzio Malaparte y, como bien sabés, por Guerrilleros una salida al mar para Bolivia, de Rubén Mira, que me señaló el camino en esto de continuar la novelística latinoamericana de Burroughs - hay que tener en cuenta que algunas de las mejores novelas latinoamericanas fueron escritas en inglés. Borges decía que The Purple Land de Hudson era la mejor novela gauchesca, y Under the Volcano de Malcolm Lowry es la mejor novela mejicana que yo he leído). La fórmula que yo me decía por aquel entonces era un poco distinta: Pynchon =  Burroughs + Tolstoy – otra manera de negar a Faulkner. (Y ya que estamos, no, no llego a decir que Burroughs escriba ficciones barrocas – eso es lo que hacía Philip Dick. Lo de Burroughs en un punto se parece más a lo del realismo mágico: es un continuo de todo con todo (Interzona), la realidad no está separada en planos ordenados). Las Islas, a pesar la proliferación de motivos barrocos (espejos, simulacros, maquetas, representaciones de toda clase) no es una ficción barroca en su estructura, como sí lo es, en cambio, El sueño del señor juez.) Hay otras cosas, che, que ni a palos. Ni Emilio es Renzi, ni yo conocía por aquel tiempo al Pibe Barulo o a la loca del relato del crimen, ni mucho menos tenía ganas de aludir a El limonero real, del cual había leído en la facultad apenas las diez primeras páginas, lo que me alcanzó para sacar un 9 en el parcial, confirmando así mi sensación (que se reforzó años después, al leerla completa) de que la novela es un bodriazo escrito para los profesores de literatura.    
Y antes de perecer ahogados por tanta literatura, salto a uno de los momentos de tu carta que más me intrigó, cuando la leí por primera vez. Aquel que dice “Porque hay veteranos que defienden su participación en la única guerra argentina del Siglo XX y merecen ser escuchados. Porque yo, y quizás su autor [o sea, CG], pero no todos, no entendemos qué quiere decir la épica de la guerra, que muchos reclaman como ausente en todo nuestro imaginario.Te cuento un cuento que ya otras veces he contado, pero que viene de perlas para esta ocasión. Como sabés, entrevisté varias veces a un grupo de ex combatientes de la Plata, mientras escribía la novela. Una tarde, cuando ya me habían contado lo que todos sabemos, del hambre, el frío, la imprevisión total, el sadismo de los oficiales, los  bombardeos, el desigual combate, el posterior olvido, yo, en tono a medio camino entre la complicidad y el canchereo, les pregunto, “bueno, después de todo lo que me contaron, ustedes, ¿volverían?” Y todos saltaron – no como grupo, sino de manera espontánea cada uno – y dijeron, “sí”, “claro” “por supuesto”, en un tono que sin ser ofensivo ni descortés dejaba traslucir el “vos no entendiste nada, pibe.” En ese momento supe qué era lo que tenía que escribir: eso, lo que yo no entendía, ni hubiera podido imaginar: el centro de mi novela debía ser ese momento de ignorancia, de desamparo, de sorpresa absoluta que la literatura podría, con suerte, ayudarme a entender, pero no darme.
En estos días estoy participando en los ensayos de la versión teatral de Las Islas,  que dirige mi gran amigo Alejandro Tantanian, en base a una primera versión que me costó casi tanto como a Felipe su videogame, si no más (me provocó una hepatitis, entre otras cosas). El clima que se genera es fabuloso, principalmente a causa del magnífico grupo de actores y de todo el equipo (esto empieza a sonar como un making of, la corto); pero también me gusta pensar que la novela, sus personajes, su lenguaje, ayudan a generarlo. Las Islas tiene algo que no se repite en las posteriores: un desorden, una desprolijidad, una cosa proteica que me permite sacar historias siempre distintas (si escribiera un guion de cine, haría completamente otra cosa; la BBC está interesada en hacer un radioteatro, que obviamente sería muy distinto a lo que hacemos ahora con Alejandro). Y para la versión en inglés, que publicará para los 30 años de la guerra And Other Stories en Inglaterra, estoy haciendo cambios que van más allá del lenguaje. El traductor, mi gran amigo (y sí, solo trabajo con grandes amigos, y si no lo eran antes, en eso se convierten durante el trabajo) Ian Barnett, está calentando los motores.
Te agradezco tu carta, Horacio, los elogios a veces merecidos y otras quién sabe, y sobre todo la forma directa en que escribís los afectos de tu lectura: sabemos que se lee con todo el cuerpo (cuando se lo hace bien), así como se escribe (cuando se lo hace bien) y eso se siente en tu lectura y escritura. Eso sí, la próxima vez tuteame. ¿Sos clase 64, y te hacés el pendejo?
Y por último, algo que parece una casualidad, pero que no es tal. A mí también Las Islas me sirvió para conocer a Rubén Mira. Ya nos conocíamos del entorno de la facultad, aunque nunca cursamos juntos, y habíamos estrechado (el verbo no es excesivo) una de esas amistades argentinas que incluyen, por suerte, el diálogo y las confidencias. Pero después la vida nos distanció, y cuando nos reencontramos, le di a leer el manuscrito de Las Islas, por entonces todavía inédito, y tras hacerlo me invitó a escribir un guión con él (un Patoruzito, el primero, que no llegó a hacerse; mucho mejor, te imaginarás, que los bodrios que después se animaron). Y a partir de allí escribimos muchos más, y forjamos, junto con esa sociedad creativa, una amistad que, para mí, es no solo central a mi vida sino a mi concepto del universo.
Y después hay gente que se pregunta para qué sirve la literatura.
Carlos Gamerro

3.2.11

Primeros ensayos. Registros

Todas las fotos © Ernesto Donegana

Luis Ziembrowski, que es Tamerlan, cuenta las vicisitudes de sus intestinos

Diego Velázquez es Felipe Félix (o viceversa)

El director se aleja. Velázquez y Seijo (que es nuestro Doctor Canal) piensan en lo que sigue

Pausa musical. 3/4 de Quirós, la Zabala mira a a cámara y Penelas sigue la obra con atención. Con qué si no

Tamerlan triumphans

Padre e hijo (Nahuel Cano es nuestro César Tamerlan)

Dos potencias frente a frente

Tamerlan en el cenit de su tragedia. El maestro Zuccarelli (cello en ristre) acompaña la emoción


Nahuel Cano abandona, con violencia, a Diego Velázquez

César y el doctor Canal siguen los relatos del poder: Tamerlan narra la caída del muro de Berlín

La cabeza es de Carlos Gamerro (claro, el autor -), Tantanian habla "desde" la cabeza (intenta interpretar la cabeza). Analía Couceyro (Gloria) sólo puede sonreir

Gloria es Couceyro es la Dietrich morocha
Tal para cual. Y es Alan Darling el que asoma cerca de la rodilla derecha de Couceyro
Nuestro Mayor X. La leyenda encarnada: Iván Moschner
Iván Moschner, Julián Vilar (nuestro Verraco) y, un poco más atrás, Juan Pablo Galimberti que es fantasma (dice llamarse Daniel)
Tamerlan y la Reina del Mambo
Matías Barki (otro fantasma) desde este lado ve el otro lado
Amo la tierra, el dinero y la cocaína, porque no tienen límite

Propiedad privada: los canutos no se prestan
Canal lee lo que Tamerlan dice
Velázquez espera
Hay cosas que no se pueden ver
Los recuerdos de Gloria
Los vuelos de la muerte