19.12.10

Algunas reseñas de Las Islas

La osadía del descontrol
Suspenso y sólida escritura en una narración de tema político. 
Diario La Nación, 24 de enero de 1999

En una de sus primeras novelas históricas, En esta dulce tierra, Andrés Rivera escribió: "Nada había acabado del todo: ni la jerga trastornada de ese tiempo ni el susurro aún inteligible de la historia." La frase la podría suscribir Carlos Gamerro en su novela Las Islas, en la que diez años después de la Guerra de Malvinas sus protagonistas vuelven obsesivamente sobre aquellos días. Una especie de retorno constante a episodios que no cerraron sus heridas: la última dictadura militar, la represión, la derrota en Malvinas, la marginalidad de los ex combatientes.

Felipe Félix es un sobreviviente de aquella guerra y lleva una esquirla metida en la cabeza como recuerdo permanente. Es también un especialista en sistemas de computación que suscribe un contrato muy especial: a cambio de cien mil dólares, utilizará su habilidad de
hacker informático para penetrar en los archivos de la SIDE y obtener datos sobre los testigos de un crimen cometido por el hijo de un empresario muy poderoso. Sin darse cuenta, Felipe entra así en un juego perverso en donde se suceden crímenes, delaciones y mentiras. Y, en medio de esa trama maliciosa, el regreso de lo que nunca se había ido: la guerra, o, mejor dicho, los desastres de la guerra.

Planteada como un
thriller, Las Islas se desarrolla como novela política, sin perder de vista el clima de suspenso que todo policial reclama hasta sus últimas páginas. Tamerlán, el empresario poderoso, es cruel e impío como el Tamerlán de las dos tragedias de Christopher Marlowe. Felipe se mueve con destreza entre poderosos, criminales, militares y demás ex combatientes, pero esa habilidad, sin embargo, se verá siempre amenazada porque nunca llega a descifrar la verdad de lo que está pasando y porque la otra Historia, la de su pasado, lo acosa.

Gamerro despliega la acción de Las Islas en dos espacios y tiempos definidos: Buenos Aires, en 1992, y Malvinas, diez años antes. El territorio malvinense es un lugar desolado, repleto de jóvenes con hambre y frío que deben soportar el maltrato de sus superiores. Buenos Aires aparece diversificada. Por un lado, una zona casi fantasmal en Puerto Madero (el edificio de Tamerlán) y otra, muy realista, por donde Gamerro hace deambular a Felipe: Parque Chas, Constitución, San Cristóbal, Agronomía. En Las Islas Buenos Aires se siente, con sus matices barriales. También se siente en sus ámbitos más peculiares: el Borda, los grupos de venta piramidal, los colectivos, los taxis.

Una escritura sólida sostiene este argumento que va ganando en complejidad a medida que avanza la historia. Gamerro sabe manejar el ritmo de la narración con inteligencia, si bien por momentos se extiende demasiado en algunos episodios (el divertido diario del Mayor X, por ejemplo, corta inútilmente el desarrollo final de la historia). Esa extensión desmedida (esperable, por otra parte, en una novela de 600 páginas) atenta, a veces, contra el interés del texto.

A la hora de buscar "padres literarios" en
Las Islas el resultado puede resultar asombroso: la solidez y dureza de Fogwill, algunos delirios conspirativos dignos de Fontanarrosa y hasta la crueldad de El niño proletario, de Lamborghini, en las reacciones de Tamerlán. Gamerro, nacido en 1962, se anima a ir más allá de las propuestas actuales de los escritores de su generación. Hay cierto descontrol en Las Islas y cierta osadía en Gamerro al haber asumido el riesgo de que el relato se le escapara en cualquier dirección. En este punto, el descontrol, se cifra gran parte de los aciertos de esta novela: descontrol de los personajes, de la historia, del lenguaje, de la política. No es un texto bienpensante ni manso. Se rebela constantemente contra los prejuicios del lector, que se ve arrastrado, como quería Kafka, hacia rincones que no soñaba visitar.

Por otra parte, resulta sorprendente que el propio Gamerro haya tenido que recurrir a una edición paga de su libro, cuando los grandes grupos editoriales desesperan a la caza de nuevos autores. El hecho de que esta novela no haya sido publicada por un sello importante habla a las claras de cierta miopía editorial generalizada. Mientras textos gentiles pero inocuos y olvidables triunfan en concursos y ventas,
Las Islas, con la capacidad explosiva de su narración, se asegura lo que las otras novelas no tienen: un lugar entre la mejor narrativa argentina de estos años. 
Sergio S. Olguín

Viaje a través de la patria 
Revista trespuntos, 18 de marzo de 1999.

Borges imaginó, en El Aleph, una esfera que dejara ver todo, un punto en el que se reflejaran todos los puntos del universo. Carlos Gamerro también encontró un aleph, al sur del territorio nacional, en dos islas llamadas Malvina y Soledad. En su novela, las islas no se reducen a un simple punto geográfico, así como la guerra que allí transcurrió tampoco se reduce a un simple punto en la línea de acontecimientos históricos. Las Malvinas son, en Las Islas, un espacio mítico, un momento que condensa la historia nacional.

Desde la inmensa torre vidriada de un imperio moderno un hombre cae al vacío. El hijo del dueño permanece al filo de la ventana ante la mirada de numerosos testigos, convirtiendo el hecho en un crimen y a él mismo en el principal sospechoso. Félix, ex combatiente, ex internado del Borda y actual hacker, es contratado por el empresario para reconstruir la nómina de testigos del episodio. Félix diseña un videogame – en el que las tropas argentinas le ganan a las inglesas – que se convierte en su pasaporte de entrada a los archivos de la SIDE. Cumplir con el encargo será recorrer la ciudad y sus épocas: la noche de los ochenta, los círculos de ex combatientes, las víctimas del terror militar, la mano de obra ocupada en defender a los nuevos amos de la economía nacional.

Malvinas es entonces algo que no ocurre y no porque Gamerro sostenga la pavada de una guerra sólo existente en los espejismos mediáticos. Malvinas no ocurre porque no se narra en presente, porque no tiene sentido en sí misma sino como trama de antecedentes y efectos. En Las Islas, el conflicto se escribe, se juega en un videogame, se sueña como pesadilla o como anhelo de reconquista porque Gamerro descubre que Malvinas habla del pasado y del futuro. Toda la historia del país profetiza Malvinas (Lugones y la salmodia nacionalista, el peronismo, el Proceso), lo que vendrá es consecuencia de Malvinas: la trama de intrigas de una democracia dudosa, el sistema de terror del capitalismo salvaje.

Por eso,
Las Islas es mucho más que el relato de una guerra. es una novela sobre el estado de la violencia o sobre la violencia de Estado y sus efectos sobre los cuerpos. Con una contundencia inédita para la literatura argentina, la escritura de Gamerro evita hacer del cuerpo un monumento o un objeto inalcanzable. Elige volverlo una superficie porosa sobre la cual escribir, alrededor de un nombre (Malvinas) los trazos de la patria: marcas de picana, un fragmento metálico en el cráneo de un ex combatiente, ambición de cocaína, placer de éxtasis.

Con la paranoia que sólo tiene la literatura (un servicio se dedica a vincular el robo de las manos de Perón con el conflicto de Malvinas) , con la lucidez y el humor que sólo tiene la literatura (un torturador deviene antropólogo que descifra el idioma extraño de los kelpers),
Las Islas narra en clave policial, no ya el misterio de la guerra, sino el enigma de la nacionalidad. Y lo hace con una voz desmesurada y contundente que la convierte en el relato sobre la trama política de las últimas décadas.
Paola Cortés Rocca

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