17.5.11

Las Islas o cómo atravesar la selva empujando un barco / Juan Pablo Gomez

Juan Pablo Gómez
Claro. Adaptar para la escena la descomunal novela de Carlos Gamerro era, sin duda, una tarea ciclópea.
Descomunal no sólo por la extensión del texto sino por la insondable profundidad de su polifonía: referencias a la Historia y la literatura nacional, una pendulación permanente entre distintos géneros literarios, trama, sub-trama y recontrama, el tema en si mismo, el desenmascaramiento de la dictadura en su cara trágica (¿tiene otra?) y un ácido ajuste de cuentas con su contracara farsesca, el menemismo.

La imagen del desafortunado Kinski empujando su embarcación montaña arriba en Fitzcarraldo de Herzog se me venía permanentemente a la cabeza el viernes pasado al ver la versión teatral de Las Islas.
Ya se ha escrito bastante y bien sobre los valores de la obra. Me gustaría remarcar simplemente, aquello que considero uno, entre muchos, de los grandes logros del espectáculo.

La plurivocidad de la novela se convierte aquí en carnaval de géneros teatrales. No porque en lo literario se encuentre la clave de comprensión de la obra sino porque la sustitución de la multiplicidad de voces narrativas por el juego con los géneros teatrales me parece resuelto de manera brillante.

Las Islas comienza como un vodevil político para convertirse en una obra moderna de escenografía alusiva, para revisitar el thriller psicológico, el músical y tomarse tooodos los permisos que se le cantan, y que la obra necesita, para liberar, en fuegos de artificio, la angustia del recuerdo de aquellos otros fuegos.
Los disparos de mortero, los obuses silbando sobre los pozos de zorro devenidos aquí circulos en el hielo, que horadan el escenario. Huecos falsos de toda falsedad que provocan como una mojada de oreja.

Todo aquí es falso: el humo de utilería, los imposibles marcianos, los uniformes que recuerdan esas pecheras granaderas que nos obligaban a poner en los actos escolares. Las metrallas de escuadra y transportador. Los músicos convertidos en tristes bedeles de delantal azul. Eso es discurso politico contemporáneo sobre el escenario: Malvinas, un modelo para armar salido de un Billiken. Como esos islotes inestables, como nuestro recuerdo privado, como nuestro relato público,  donde todo parece a punto de caer y solo el mefistofélico Tamerlán puede surfear a sus anchas.

Con gran agudeza el prof. Penelas señala la raiz capocómica de la composición de Ziembrowski. Lo mismo se aplica a la oscura mariposa creada por Nahuel Cano. Claro, el es un amigo y un orgullo trabajar con él. El contenido y siniestro Doctor Canal de Pablo Seijo, la inseminada Gloria de Analía, unica mujer entre tanto travestido, marcada como un target por la violencia de los hombres.

¡Cómo debe haberle costado al energético Velazquez contener toda la parafernalia escenica de la que sabemos es capaz, para enmudecer frente al horror y convertirse en el personaje testigo de este drama nacional, para ser nuestro  Virgilio en este descenso al infierno! Es que cuando el espanto es tan grande lo único honesto es poner cara de pelotudo. Finalmente, a telón cerrado y cuando la representación se apaga por un momento ahí, liberado de sus fantasmas, puede hablar a la audiencia en un genial y emocionante monólogo.
Con la avidez de un profanador de tumbas, Tantanían realiza su propio ajuste de cuentas con la realidad teatral y con el chauvinismo de pensar que la austeridad debe formar parte del ADN artístico del teatro porteño.

Una obra urgente cómo esta debe ser apreciada en toda su enorme dimensión. Destrozarla si se quiere, pero con los dientes. Flaco favor se le hace si se la disecciona en una pulcra balanza y se evaluan sus cantidades con ventanas cerradas a  lo que ocurre en la calle.
Y vuelvo a ver al bueno de Klaus, los ojos desorbitados, la camisa abierta y el pelo rubio sobre la cara, obligando a los nativos, y a si mismo, a remontar un barco montaña arriba sólo por su amor a la ópera. Lo veo rechinar los dientes, hundir los pies en el barro y arrojar su mirada salvaje sobre la cámara. Es como si dijera "Si, es mucho. ¿Y qué?".

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